La primera vez que Ana viajó sola en avión subió con mucho miedo. “En realidad tenía pánico, no podía parar de llorar. Pero después me relajé y sentí que ya no tenía más miedo”, relató a Miedo a los Aviones.
En mayo volvió a viajar sola. Esta vez el destino fue Ecuador.
Ya en el aeropuerto, como el vuelo se había atrasado y ella quería ir a tomar algo, le dejó la valija a una señora. Pero hubo un cambio en la puerta de embarque y la señora la tuvo que buscar por todo el aeropuerto, con su propia valija y la de Ana.
Había llegado el momento de embarcar pero esta vez apenas fue recibida por la tripulación, se animó a decirles que tenía miedo a volar. Después fue a sentarse a su asiento y se ajustó el cinturón de seguridad.
El avión empezó a carretear y Ana no pudo contener las lágrimas. “Comencé a llorar y a temblar apenas despegó. Adelante había un señor que me aseguró que era psiquiatra. Sentí que me trataba como si yo estuviera loca. En cambio, la señora que tenía al lado, me tomó de la mano para tranquilizarme”, recordó Ana, que se tomó con humor la reacción de su compañero de la fila de adelante.
Según una encuesta que realizamos en Facebook, llorar es bastante frecuente entre las personas que suben al avión con miedo o ansiedad. El 28% de los participantes de la encuesta aseguraron derramar alguna lágrima en algún momento durante el vuelo. En segundo lugar, el 21% asegura que acostumbra agarrarse fuerte del apoyabrazos.
Ya cuando el avión alcanzó la altura crucero, Ana logró relajarse. Pudo comer, dormir…
De todo lo que hizo para poder volar más tranquila, Ana asegura que lo que más le ayudó fue hablar con la tripulación.
Hasta que llegó el momento del aterrizaje, que es el que todavía más le cuesta.
Así y todo, cuando le preguntamos si tiene pensado volver a volar, respondió…”tal vez”. Y enseguida nos contó que le encantaría conocer el Caribe.
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