Muchos de ustedes es probable que suban el volumen de su playlist preferida para no escuchar los motores a toda potencia cuando el avión empieza la carrera de despegue.
Otros, que se concentren en rezar o en pensar que están en una ruta, yendo en un ómnibus y no en un avión.
Todo es válido, por supuesto. El objetivo es volar, trasladarnos de un punto A a un punto B, y si lo podemos hacer con el menor sufrimiento posible, mucho mejor.
Esta vez, quise hacer una experiencia full contact, podríamos llamarle. Me senté en el avión -con la suerte de que me hayan invitado a pasar a la clase ejecutiva, por lo que realmente iba súper cómoda- y quise vivir el vuelo sin música, sin cuenta regresiva, sin ver series ni ordenar las fotos de mi celular. En síntesis, sin hacer nada “para que el tiempo pase más rápido o me olvide que estoy en un avión”.
En este momento, de hecho, estoy escribiendo estas líneas en el teclado de mi Ipad, para poder describir mejor esto que intento compartir.
Sentada en la ventana, del asiento 1 A, pude ver las luces de la pista a medida que el avión se iba acercando a la cabecera de la pista 13, de Aeroparque. Sentí el sonido de la máxima potencia y después pude observar cómo empezó a elevarse a los pocos segundos. Hizo un giro -que antes me daba mucha impresión- y a medida que iba subiendo, fue cruzando las nubes y al menos por 15 minutos tuvimos algo de turbulencia leve.
Hay algo que me resulta muy interesante en este desafío, porque pasé años suplicando no tener turbulencias; esperando determinar si los pequeños movimientos eran la señal de que después iban a seguir movimientos más abruptos.
Pero cuando aceptás el vuelo como lo que es, con la posibilidad de que por momentos pueda tener algunos leves movimientos, propios de cualquier vuelo, es más fácil mantenerte en tu eje. Sufrir por adelantado es agotador. Ponernos a hacer algo para olvidarnos que estamos en el avión a veces es el recurso más conveniente, si tememos que se nos dispare la ansiedad y empecemos en ese espiral de pensamientos catastróficos y desesperados. Pero si te das cuenta que venís bien, que llegaste al aeropuerto sin taquicardia, en contacto con lo que vas a hacer: tomar un avión. Si subís al avión y te sentís cómoda/o. Si podés pensar con claridad y los pensamientos no aparecen en forma desordenada, tal vez puedas hacer esta prueba en tu proximo viaje.
¿Por dónde empezar? Por conectarte con el presente: con lo que ves, con lo que escuchás, con lo que olés (a mi por ejemplo ahora me sirvieron unas medialunas calentitas, con un olor riquísimo), con lo que mirás por la ventana (si te toca) o con observar a otros pasajeros, con registrar cómo esta tu cuerpo, si estás apoyando bien la cintura y la espalda en el asiento o si estás con mucha tensión.
Quizá la vida te sorprenda y al bajar de este vuelo, ya estés para cinturón negro.