Romina Dal, de 44 años, voló hace exactamente un mes, a Nueva York. No fue su primer vuelo: ya voló más de 19 veces en su vida. Sin embargo, los días antes de volar siempre siente mucha tensión, ansiedad, especialmente antes de dormir. También, siente mucha ansiedad al embarcar y en el despegue.
“En mi último vuelo, entré al avión llorando, muy asustada, con mucha angustia. Mi sensación es que el avión se va a caer, que no va lograr despegar. Una de las azafatas vino a mi asiento y me habló en forma muy tranquila, me dijo que el avión es el medio más seguro. Si no fuese así, ella no volaría con sus hijos. Además, me contó que no iba a haber turbulencias en la Cordillera, que el vuelo iba a ser muy tranquilo”, explicó Romina, que viajó por LATAM.
Al aterrizar, la TCP la invitó a ella y a su hijo a visitar la cabina. “Obviamente lo hicimos, yo no podía más de la emoción. Además, no podía creer que fueran tan amables, que tuvieran tanta onda de ofrecernos conocer a los pilotos y la cabina. De hecho, uno de los tripulantes me contó que su papá es piloto, igual que su hermano”.
No fue lo único que le explicó: además le comentó que una turbulencia no puede hacerle daño al avión y que puede subir y bajar de golpe 200 metros o más pero que al avión no le afecta en nada.
“Cuando nos dijo que en su familia eran todos pilotos, mi esposo le dijo, entonces vos también vas camino a ser piloto en algún momento. Nos contestó en broma que no iba a ser piloto porque tenía miedo a volar y enseguida nos empezamos a reír a carcajadas. Fue el mejor chiste que pude haber escuchado», relató Romina.
En Santiago, tomaron el avión que los llevaría a Nueva York. “Estábamos ya con el cinturón ajustado cuando por altavoz el piloto explicó que había un problema y que estaban tratando de solucionarlo.”
Estuvieron 30 minutos en la pista y el piloto volvió a hablar para decir que tenían que bajar del avión, ya que el vuelo había sido cancelado.
“Nos pagaron el hotel en Santiago a todos, éramos unas 300 personas, y el vuelo a NYC salió al día siguiente. Pude tomarlo con calma por dos razones: primero porque vi que un avión no sale si tiene un desperfecto y segundo que me ayudó mucho la tripulación del primer vuelo, de Buenos Aires a Santiago. Tuvieron tanta buena onda que pude encarar este imprevisto de otra forma, más allá de que el miedo nunca desaparece, creo que sin esa tripulación del primer vuelo, encarar este segundo, habiendo perdido un día de vacaciones y con el miedo a volar que yo tengo hubiese sido terrible para mi”.
Ya en el vuelo, logró dormir 5 horas. Y para las horas que estuvo despierta, se había descargado una app de rompecabezas que tiene 195 piezas. “Me pongo como meta armarlo antes de aterrizar, así logro enfocarme en esa tarea. Es lo único que me ayuda a no pensar que no veo la hora de aterrizar. Ni la música ni las películas logran entretenerme, solo estas apps.»
Ya de regreso a Buenos Aires, Romina estuvo menos ansiosa. Aunque la idea de volver a subirse a un avión no pasa desapercibida por su mente cuando se va acercando la fecha de la vuelta. No obstante, ella sueña con seguir conociendo el mundo. Como por ejemplo viajar a Dubai. «Lo único malo son las horas de vuelo», concluyó con humor.