Posiblemente, si alguna vez conversaste sobre alguno de tus miedos con un psicólogo te explicó acerca de las respuestas de “Luchar o huir” (más conocidas en inglés por “Fight or Flight”, (que en realidad sería pelear o volar, paradójicamente). Pero ya los psicólogos hablan de una tercera reacción: la de quedarse frizado, congelado. Es decir, ante una situación que te genera mucho miedo, tus piernas, tu cuerpo se queda inmóvil no pudiendo pelear ni salir corriendo (flight).
A mí me pasó en un vuelo, fue antes de empezar este blog. Hacía un mes que había fallecido mi papá después de 6 meses de internación tristísimos, sobre todo porque siempre estuvo muy lúcido. Pero eso no era todo: en el medio,mi hijo menor tuvo una fractura de cráneo (ahora está sano y salvo, gracias a los médicos). ¿Qué se me ocurrió para cambiar de aire y recordar que la vida en algún momento era mejor? Sacar pasajes para ir con mis hijos y esposo a Santiago de Chile. Con la mala suerte, que justo el día en que volaba había tormenta eléctrica. Supongo que de haberme pasado ahora, hubiera estado más tranquila. O no.
Llegué al aeropuerto con taquicardia, dudaba de si quedarme en Buenos Aires o viajar con todos. Pero me subí al avión con algunas ideas que ahora me dan vergüenza escribirlas. Pensaba que «mi papá sostendría el avión». O que con todo lo que había pasado (y vaya que pasé días terribles), la vida me iba a regalar superar mi miedo a volar. ¿Viste que a veces tenemos esos pensamientos mágicos que dicen que después de la tormenta sale el sol? Pero no, todo lo contrario, después de un trauma, los miedos afloran como sapos después de la lluvia (en el campo al menos). Y cuando el avión se empezó a mover como una coctelera, me levanté y les dije a las tcp que estaban atrás sentadas: «Creo que tengo un ataque de pánico».

Después me explicaron unos especialistas en fobia, que lo que me pasó no fue pánico sino «Freezing», me quedé sin poder moverme cuando las tripulantes de cabina de Aerolíneas Argentinas (una de ellas, Marcela Fantini a quien no voy a cansarme de agradecerle por su ayuda enorme) me ofrecieron un vaso de agua y me empezaron a hablar. Yo las escuchaba, les contestaba pero jamás pude llevar el vaso hacia la boca para poder tomarlo. ¡No podía levantar el vaso, no podía moverme! Ellas enseguida me ofrecieron viajar con ellas, sentada en los asientos en que vuelan los tripulantes de cabina. Finalmente el avión aterrizó y me volvió el alma al cuerpo. Pude volver a mi asiento a explicarles a todos dónde estaba (había desaparecido como en la película de Jodie Foster) e incluso ya después pude hasta hacer una broma e ir a tomar algo.

«Congelarse o frizarse es una inhibición del comportamiento acompañada por una desaceleración del ritmo cardíaco que surge en las personas para lidiar con situaciones que provocan estrés», define la Dra. Karin Roelof, del Donders Institute for Brain Cognition and Behaviour and Behavioural Science Institute, (Universidad Radboud Nijmegen), en Países Bajos (2017).
Pero volvamos a las respuestas frente al miedo. Un artículo publicado por la Universidad de Nottingham lo explica así: “Muchos de nosotros prefiere concentrarse en la lógica, pensar lo que es normal e ignorar las emociones que van surgiendo. Pero las emociones tienen un propósito. Las emociones más básicas, como el miedo, la ira o el disgusto son mensajes esenciales; nos transmiten señales básicas para poder preservarnos y mantenernos seguros”.
Así, las partes más primitivas de nuestro cerebro comunican al resto del cerebro y a nuestro cuerpo señales que no podremos ignorar: los síntomas y las emociones más poderosas.
Las respuestas de “Luchar o huir” son la respuesta psicológica que aparece cuando sentimos una emoción fuerte como es el miedo.
“Una buena analogía es la alarma de incendios, que está diseñada para alertarnos si estamos en peligro de fuego, pero no puede distinguir entre el vapor de la ducha, una tostada que se nos quemó o fuego. Los dos primeros ejemplos no implican riesgo alguno, el tercero, sí; pero la alarma es exactamente la misma: un sonido irritante, incómodo e imposible de ignorar”, señala el artículo.
Los que vivimos en una ciudad, podemos ir libremente por la vida sin tener que reaccionar luchando o huyendo contra animales salvajes o enemigos. Sin embargo, estas reacciones aparecen cuando tenemos preocupaciones. Nos sentimos ansiosos o con miedo frente a una presentación de trabajo, una entrevista en otra empresa, un examen o incluso ante una situación social.
Los signos en nuestro cuerpo serán los mismos que si estuviéramos frente a una bestia salvaje: de un momento a otro, cuando aparece la preocupación, sentiremos taquicardia, respiración agitada, sudor en las manos, tensión muscular.
“La actividad cerebral cambia: pensamos menos y reaccionamos más. Nos sentimos enfermos, se nos seca la boca. Incluso a veces, nos ponemos ansiosos por temor a ponernos ansiosos en una situación que todavía no ocurrió o que tal vez va a ocurrir en unas semanas. No es que exista un riesgo real, que vayamos a estar en peligro físico y que tengamos la oportunidad de luchar o huir. Son nuestros pensamientos que generan esta ansiedad o miedo: voy a hacer el ridículo en la presentación, seguro me va mal«.
Al igual que en las situaciones de riesgo real, la ansiedad nos hace creer que estamos en peligro.
¿Cómo podemos salir de esa situación tan desagradable?
“El primer paso es romper el círculo y reconocer los síntomas de la ansiedad, su propósito y recordar que no son una evidencia de algo que está mal. El paso siguiente es aprender a lidiar con estos síntomas de la ansiedad. Aprender a calmarnos con ejercicios de respiración. De esta manera, podremos contrarrestar las respuestas de “Luchar o huir”, explica el trabajo publicado por la Universidad de Nottingham.
Éste es el gran desafío de quienes tenemos miedo a volar: reconocer que los síntomas son de la ansiedad, no de que estemos frente a una situación riesgosa.
¿Cómo lo hacemos?
Mirando la pantalla de arribos y salidas si estamos en el aeropuerto, confirmando que los aviones siguen despegando y aterrizando; recordando que cada día vuelan en el mundo alrededor de 100.000 aviones, confiando en que es una actividad súper regulada y controlada.
Pero también aprendiendo a relajarnos cada vez que aparecen los síntomas de la ansiedad. No es que sea una tarea fácil, pero se puede ir mejorando con la práctica y el tiempo.
En definitiva, nuestro challenge ya no será “Luchar, huir o congelarnos”, sino hacer algo para aliviar la ansiedad y que cada vez volemos mejor. Siguiendo el ejemplo de la alarma de incendios, a partir de ahora nuestra meta puede ser preguntarnos: ¿la alarma suena porque de verdad hay fuego o es el vapor de la ducha?