Agustín Bretón, de 28 años, es capitán de velero y estaba cumpliendo algunos de sus sueños: trabajar en un lugar paradisíaco, como es el Archipiélago de San Blas, en Panamá; vivir de su profesión, él es capitán de velero y enamorarse.
Pero la pandemia fue derribando cada uno de sus sueños y se vio obligado a postergarlos y volver a Argentina.
Su primera parada fue España. Hasta que decidió establecerse en Panamá y tener un emprendimiento turístico con su barco. Así fue que cruzó el Atlántico y llegó a Panamá. En enero de 2020 conoció a Moniquè, una azafata holandesa, a quien vio por última vez en marzo, cuando ella regresó a su país.
“Cada mes pensaba que era el último, que la pandemia se iba a terminar, pero la situación iba empeorando día a día”, explicó Agustín.
Sin turismo y con medidas extremas en Panamá, que sólo permitían salir a la calle a las mujeres los lunes, miércoles y sábados; y los hombres los martes, jueves y sábados (los domingo estaba prohibido salir), Agustín recibió una propuesta de trabajo en julio, para ir a buscar un barco a Miami y llevarlo a Panamá.
Viajó en un vuelo regular de United Airlines. “Me sorprendió la amabilidad con que me recibieron en Estados Unidos. En migraciones me preguntaron qué iba a hacer, les expliqué y no tuve ningún problema”, relató.
Estando en Miami, se enteró de “Love is not tourist”, una propuesta a la que adhirieron varios países europeos, entre ellos Holanda, para que pudieran ingresar las parejas que habían quedado separadas por el coronavirus.
Junto con un amigo, se embarcaron desde el puerto de Miami rumbo a Panamá. Siempre con la idea de llegar a Panamá y sacar un pasaje para ir a reencontrarse con su novia en Holanda. El viaje en barco les llevó 10 días, recorrieron 1400 millas náuticas, a una velocidad promedio de navegación de 6 nudos.
Al llegar a Panamá, sacó un pasaje de AirEuropa para viajar a fines de agosto. Pero a los días se lo cancelaron. Entonces sacó un pasaje de KLM. También se lo cancelaron.
Hasta que a través de la agencia Clipper consiguió un pasaje por Copa para regresar a la Argentina. Voló el 11 de septiembre. En el aeropuerto de Panamá, todos estaban con tapabocas e incluso en el piso había señalizado el lugar para hacer la fila y respetar la distancia social.
Pero un pasajero no quiso cumplir ni con esa norma ni con ponerse el barbijo.
“Era un sacerdote que estaba esperando para embarcar. Las autoridades del aeropuerto tuvieron que llamarle la atención al menos tres veces. Él contestaba mal y decía que el coronavirus era un invento, que el tapabocas no era necesario. Yo lo único que pensaba era que por favor no me tocara cerca de este señor”, contó Agustín.
Pero la suerte no lo acompañó y al llegar a su asiento, se encontró con que el sacerdote estaba en su misma fila, con un asiento de por medio.
“Ya había despegado el avión y el señor se sacó el barbijo. Vino una azafata y le pidió que por favor se lo pusiera, que era obligatorio. Él se negaba. Tuvo que venir el jefe de cabina para decirle que así no podía viajar. En total estuvieron 20 minutos intentando convencerlo”, dijo.
En la fila de atrás, había tres asientos vacíos –el avión iba casi lleno-. Por lo que apenas tuvo oportunidad, le pidió a un tripulante de cabina si pudiera cambiar de asiento, con la excusa de que su asiento no podía reclinarse, y se pasó a la fila de atrás.
Con respecto a la comida, Agustín contó que no hubo servicio pero le entregaron una bolsa con una botella de agua, un sándwich y un brownie.
Eran las 4 am cuando el avión aterrizó en el aeropuerto de Ezeiza. No había nada abierto en ese momento. Desde ahí, fue directo a San Pedro, a hacer aislamiento obligatorio.
Por ahora Agustín está sin trabajo, pero preparándose para cuando la situación mejore. Ojalá que sea pronto.