Mi nombre es Florencia y como muchas personas sufro o sufría mucho al viajar en avión. No fue siempre así, sino todo lo contrario. Durante 14 años trabajé en distintas líneas aéreas internacionales. Fue una época hermosa de mi vida en donde aproveché para viajar muchísimo usando los fabulosos beneficios de pasajes a unas tarifas irrisorias o sólo pagando los impuestos.
Hubo una época en que viajaba a Estados Unidos sólo por el fin de semana, si había lugar en los vuelos, me iba el viernes a la noche y volvía con el vuelo el domingo a la noche y el lunes me iba directo a trabajar, incluso quizás ni dormía en el lugar de destino y volvía el sábado a la noche.
Subirme a un avión era más bien un trámite. Había tenido vuelos más movidos que otros, algún que otro pozo de aire que me había asustado, un aterrizaje con viento, pero nada grave.
No hubo una causa muy aparente, pero de una día para el otro, ya el despegue me empezó a inquietar. Y el punto máximo de terror a volar fue hace 4 años, cuando hicimos un viaje con toda mi familia a Calafate.
Éramos 20 personas viajando juntas. Lo más valioso del mundo para mí estaba en ese avión, ¡y yo solo pensaba en cosas trágicas!
Necesité ponerme una bolsa de papel en la boca y respirar hondo, para que se me fuera el ataque de pánico. O tal vez recién se me fue cuando aterrizamos, no me acuerdo lo que ocurrió primero.
Por trabajo tenía que viajar bastante también, no podía evitarlo. Primero recurrí a una “pastillita mágica” para pasar el mal trago sin siquiera notarlo, pero después quedé embarazada, ¡y ya no podía tomarla!
Así que cuando me subía, empezaba a recitar en mi cabeza alguna canción u oración o simplemente la misma frase en positivo una y otra vez, sin parar como si fuera un mantra y escuchaba música relajante.
También leí un libro de autoayuda para el miedo a volar que encontré en la biblioteca de mi mamá (que siempre le costó mucho hacerlo pero que viajó bastante sola, ya más de grande, así que doblemente corajuda y admirable).
Hoy, digamos que me sigue costando un poco, pero estas técnicas me ayudaron y también entendí que nada es eterno, ni siquiera la turbulencia más feroz dura para siempre, que eventualmente en algún momento se termina y que hay que soportar lo mejor posible lo que dure…
Y ya que viajar es una de mis pasiones, no puedo permitir que el miedo me frene. Veremos cuando me pongo a prueba de nuevo, espero que sea pronto.
[…] Lee el testimonio de Florencia […]
Muy interesante la nota. Lo importante es como podemos convivir con el miedo sin que nos paralice.