Hace exactamente 13 meses cumplía un sueño que pensé que jamás iba a cumplir: cruzar el océano en un avión y conocer algunos países de Europa. (Aclaro que fue en un avión porque había analizado la posibilidad de ir en barco.)
Son increíbles las vueltas de la vida pero no puedo dejar de pensar en lo que sentí al aterrizar en el Aeropuerto de Barajas, en Madrid: me quedé frente a una ilustración de un avión y le saqué una foto. Porque de algún modo ahí estaba tan simpático el avioncito que para mí, durante muchos años había sido un monstruo de dientes afilados y alas que me abrazarían fuerte hasta ahogarme como una boa.
Me parece increíble que en el simulador donde ya hicimos varias actividades tengan la misma ilustración. Me contó Gustavo Estevez, de GEO simulador que les gustó tanto esa ilustración que quisieron reproducirla en la puerta que lleva al simulador.
Pero también me parece increíble que ahora si quisiera volver a Europa, no podría. Tampoco podría ir a otros lugares de mi lista de «lugares soñados pero casi imposibles de conocer» como Tokyo o Estambul.
La limitación ya no es mía o de las personas con miedo a volar, ¡ya no podemos subirnos a un avión para ir a conocer nuevos lugares! Incluso, tampoco podemos subirnos para enfrentar nuestro miedo, juntos, en un vuelo de bautismo. No sería conveniente.
En muchos de los mensajes que llegan a través del blog o de las redes sociales, a veces siento como una especie de coqueteo con el miedo, con la vida, cuando escriben: «Yo ya sé que alguna vez voy a poder, pero por ahora no pienso enfrentar el miedo, estoy bien así». Este pensamiento por supuesto no me es ajeno: por 15 años aseguré prescindir por completo del transporte aéreo.
Decir «sí, quiero» (viajar, volar, hacer tal o cual cosa) nos hace sentir poderosos, pero también el «no quiero». Es una especie de coqueteo: «quiero (conocer lugares), pero no quiero comprometerme del todo (subirme a un avión)».
En definitiva, nadie nos va a subir a un avión por obligación: la decisión la tenemos nosotros. Eso hasta hace unas semanas. Pero ya no. Hay decenas de personas que vinieron al curso que ya habían dado el «sí, quiero» para hacer su primer vuelo o para volar nuevamente pero con menos miedo. Y aunque estuvieran muy decididas, por ahora no lo van a poder así.
Mirando hacia atrás, recordando cómo fue que me decidí a viajar a Europa (con una promoción de 12 cuotas) con mi familia, me doy cuenta que aunque pensemos que nosotros tenemos el poder, no siempre es así. Y por eso, qué bien nos sentimos cuando nos animamos a hacer cosas. Aún cuando nuestro corazón galope más fuerte que el de King Kong cuando el avión está por despegar o cuando hay turbulencias.
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- Volar a Venecia
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Para el viaje a Europa, me llevé un cuaderno que compré especialmente, para ir tomando nota de lo que sentía o pensaba en los vuelos. Escribí algunas hojas que a veces releo. Por eso busqué el cuaderno y ahora que no podemos volar, aunque quisiéramos, voy a anotar todos los lugares que quisiera conocer, aunque parezca imposible. Así, si alguna vez aparece una nueva oportunidad de hacer un viaje que pensaba que jamás podría hacer, me acuerdo de que no todo depende de mí, de nosotros, y digo «sí, quiero, porque nunca se sabe si volveré a tener esta oportunidad».