Aunque está prohibido, muchos de los que tenemos fobia a volar hemos tenido la suerte de que nos inviten a pasar a la cabina y, de paso, conocer a los pilotos. A mí me pasó tres veces pero no voy a dar los nombres de los pilotos para evitarles problemas. Lo único que voy a decir es que fue una experiencia inolvidable. La primera vez fue en un viaje de Tucumán a Buenos Aires. Como siempre, yo me había presentado ante la tripulación al subir al avión como aerofóbica. Así que en el medio del viaje, que por cierto venía sin sobresaltos, se me acercó una azafata y me invitó a pasar. Entré temblando, pero el miedo se me fue enseguida cuando vi lo tranquilo que parecía volar el avión, abriéndose en medio de una noche estrellada. La segunda vez fue en un vuelo de Santiago de Chile – Buenos Aires. Mis amigas iban en la fila de adelante y yo, atrás, como siempre, para que nadie me vea llorar. Pasó una azafata y me preguntó si me pasaba algo y le expliqué, que simplemente tenía miedo. A los minutos me invitó a pasar a la cabina. Los pilotos fueron tan amables. Iban escuchando música en un Ipad, tomando mate. Pude contemplar el cielo despejado y también pude hacerles todas las preguntas tontas que siempre me atormentan: ¿a ustedes los pone nerviosos las turbulencias? Se rieron y eso me tranquilizó. También me contaron que eran los más interesados en llegar a destino sanos y salvos. Incluso, uno de los pilotos me explicó unos ejercicios de respiración que podían ayudarme.
Según un estudio realizado por el neurólogo Allan Schore, si los aerofóbicos tuviéramos la oportunidad de viajar siempre en la cabina, se nos iría el miedo al ver que los rostros de los pilotos ni se inmutan con las turbulencias o los ruidos extraños del avión. ¿No estaría mal, no?
Aclaración: la foto fue tomada en el aeropuerto de Buenos Aires, después de aterrizar, cuando me acerqué a felicitar a los pilotos por el aterrizaje. (Sí, son cosas que hacemos los que sufrimos en los aviones)