Hoy les voy a contar lo que le pasó a Mónica, una profesora de historia, en un vuelo de Buenos Aires a Santiago de Chile. Iba sentada del lado del pasillo en clase turista junto a un pasajero alto y corpulento. El señor en cuestión estaba impecable, vestido de blanco de pies a cabeza: mocasines, medias, pantalón, camisa y saco.
Mónica es ese tipo de mujer ansiosa -y a veces un poco atolondrada- y por eso suele chocarse contra las cosas por girar demasiado rápido. No es raro que se queme con las ollas ya que no usa agarradera para hacer más rápido. O que se ponga bronceador sin sol en las piernas a las apuradas… y quede como una cebra sin remedio. Por eso su experiencia de vuelo no fue de las mejores, justamente por querer hacer varias cosas rápido y al mismo tiempo.
Estaba tomando un jugo de naranja mientras escuchaba música y leí la revista que dan en el avión. Todo estaba sobre la mesita. En un momento dio vuelta la página, se enganchó la mano en el cable del auricular y el bombón que tenía en la mesita…cayó al piso. Ella tuvo el reflejo de atajarlo y en el intento hizo volar el vaso regando de líquido naranja a su compañero de asiento.
El saco y la camisa parecían una obra de Pollock: había lunares, salpicaduras y manchas naranjas que fosforescían sobre el fondo blanco. El hombre la miró y la empezó a insultar en inglés. «Yo entiendo bastante y pude identificar algo de lo que me dijo, pero otras cosas no», recuerda Mónica. El pasajero se levantó muy enojado y pidió un cambio de asiento. Por suerte había un lugar libre y ella no tuvo que seguir el viaje culposa y avergonzada. Todavía hoy se pregunta si le habrán salido las manchas, ya que ese jugo «es todo colorante», afirma con una sonrisa.
Ojalá que esta anécdota sirva de ayuda, para tener cuidado en situaciones parecidas. A veces es mejor moverse despacio en ese espacio reducido, porque los resultados pueden llegar a ser insospechados y convertir el viaje en un momento olvidable.