Belinda Butcher, de Monterrey, México, tiene 32 años y trabaja como desarrolladora de software. Hace 2 años se propuso saltar en paracaídas para superar su miedo a las alturas. No fue algo que se le ocurrió de un día para otro: reservó fecha para el año siguiente y durante 12 meses lo estuvo meditando.
“Siempre le tuve pánico a las alturas. Incluso los puentes peatonales siempre me dieron mucho miedo. Por eso me propuse tirarme de paracaídas. Fue el reto más importante de mi vida y lo planifiqué durante un año», explicó Belinda que como consecuencia a su miedo a las alturas también tiene temor a volar.
“La altura es uno de mis grandes problemas en el avión. También me da terror no tener el control de lo que sucede arriba”, reflexionó.
Después de pensarlo y analizarlo, Belinda puso fecha para dar el salto. Fue en julio de 2016. Los días previos no pudo dormir.
Cuando llegó el día, cruzaba los dedos para que lloviera o se cancelara. “Sentí más miedo cuando vi que era una avioneta. En mi mente, era casi inimaginable subirme”.
Pero lo hizo. Siguió todo el procedimiento de la práctica, le mostraron cómo sería el salto y cómo iría con el instructor.
“Yo quería matar dos pájaros de un tiro: mi miedo a volar y mi miedo a la altura”.
Aproximadamente ascendieron unos 7 mil pies de altura. El miedo la invadía. Pero cuando abrieron la puerta para saltar, tomó valor para salir a la escalinata y empezó a prepararse para el salto.
Luego, dejó que el guía tomara el control. “Yo sólo me relajé y empecé a disfrutar del vuelo libre”. Al tocar suelo con el paracaídas llegas con mucha seguridad y te cambia la perspectiva. Enseguida pensé: si pude aventarme al aire libre por miles de metros y terminé bien, ¿por qué no subir en una de las máquinas más impresionantes y seguras hechas por el ser humano?».
Aunque Belinda esperaba que esta experiencia la ayudara a superar su temor a volar, aún conserva cierta ansiedad. Ella lo atribuye a la falta de control. Sin embargo, cuando viaja intenta recordar lo que sintió el día que saltó en paracaídas. “En el aire sueltas todos tus miedos y preocupaciones. La adrenalina es lo máximo y te das cuenta que dentro del avión estás muy seguro. Que lo normal es que todo esté muy controlado por los tripulantes”.
En la actualidad, vuela 1 o 2 veces por año. “Los días previos son bastante angustiantes. Pero ahora disfruto los vuelos de una forma diferente”, relató.
De hecho, en uno de sus últimos viajes, que voló a Washington DC, contó que estuvo nerviosa hasta que aparecieron las azafatas. «Esperaba con ansias ese momento porque para mí significa que el avión está estable y pueden circular por los pasillos. Eso es lo que mi mente me hace creer para sentir que estamos a salvo».
El resto del vuelo estuvo bastante tranquila, aunque todavía no puede conciliar el sueño. Eso sí, si cierra los ojos posiblemente esboce una sonrisa al recordar que una vez, hace no tanto tiempo, logró arrojarse de un avión y flotar en el aire. Algo que para la mayoría sería un sueño imposible. O una pesadilla.
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