Hace unos días volví de un viaje que creí que jamás haría: viajé a Jujuy (provincia del norte de la Argentina) e hice actividades que estaban muy del otro lado de mi zona de confort. No es que nadé con tiburones (imposible en el norte, por supuesto) o caminé entre serpientes, pero para mí, que soy una persona de ciudad, fueron todo una aventura.
Por empezar, le tenía mucho miedo al apunamiento o Mal de altura. Por lo general, cuando vuelo, tengo algo de dolor en un oído en el ascenso/descenso y eso me parecía que era una señal. Dicho y hecho: al rato de haber aterrizado en San Salvador de Jujuy (1259 m) y mientras empezamos a ascender en el auto que alquilamos, rumbo a Tilcara (2465 m), me empezaron a doler mucho el oído izquierdo y la cabeza. En Tilcara fui a una guardia y me dijeron que probablemente era el Mal de altura: me dieron medicación para la presión (que la tenía muy alta) y también para el dolor. A las 2 horas estaba como nueva, salvo por el oído tapado que recién se destapó al ir a tomar el vuelo de regreso.
También le tenía miedo a los caminos con precipicios como el que va a las Salinas Grandes (3450 m), Iruya (2780 m) u Hornacal (4761). El camino a Iruya incluye 48 km en ascenso y por ripio y al Hornacal, donde está el cerro de los 14 colores, hay que recorrer unos 30 km en camino de ripio, con muchas curvas.
Miedo a meterme en las cuevas, en la Quebrada de las Señoritas, en Uquía. Son 35 metros que se recorren con casco, para estar protegido en caso que se desprenda alguna piedra, y está dentro de un área natural protegida, que se llega en una caminata de 3 horas, con un guía.
Por último, me generaba un poco de ansiedad la idea de hacer trekking desde Iruya a San Isidro (Salta) y dejar todo el equipaje en Iruya. Sólo podíamos llevar agua y una muda de ropa, para estar bien livianos. Fueron 8 km. de caminata, cruzando el río al menos unas 10 veces. Al caminar en altura, la respiración se hace más lenta y pesada. Con el agregado de no poder decir “me arrepiento, me voy”, ya que no hay literalmente ningún parador ni camino alternativo entre los dos puntos. No está de más decir que el único medio de transporte en San Isidro es el burro o la mula.
Seguir, a pesar del miedo
En este momento, si todavía estás leyendo, podrías estar preguntándote: “¿Pero para qué hacer algo que uno no quiere hacer”. Y aquí viene la parte en común con el miedo a volar: del otro lado de estos “caminos” que me generaban miedo o mejor dicho ansiedad, había algo que quería conocer, que había leído mucho y visto en videos en Youtube decenas de veces. Había escuchado hablar mucho de lo hermosos, únicos y especiales que eran estos lugares, y quería vivirlo en primera persona. Mi decisión fue: “Si tengo que atravesar 1 hora de incomodidad para llegar a conocer las Salinas, algo de lo que jamás me voy a olvidar…Prefiero enfrentar la incomodidad y hacer todo lo que pueda para pasarlo lo mejor posible”.
Lo mismo con Iruya: lo llaman «el pueblo enclavado en la montaña». Además, sólo llegando a Iruya podríamos hacer el trekking a San Isidro, un pueblo mucho más chico en la montaña, donde dormiríamos.
Creencias limitantes
Si alguna vez leíste o escuchaste hablar de las creencias limitantes, de esto se trata muchas de las veces que evitamos ciertas situaciones. De “describirnos” o “autopercibirnos” como “no capaces” de ciertas cosas y convencernos de que eso es una realidad. En mi caso, mis creencias limitantes eran: “yo soy muy urbana, no me imagino haciendo esa caminata”. O “detesto los precipicios, yo prefiero quedarme leyendo un libro”. Ni hablar del «no voy a poder hacer esa caminata en altura y qué peligroso cruzar el río. ¿Y si me caigo?».
Las creencias limitantes nos hacen creer que si evitamos esas situaciones nos mantendremos a salvo; pero al final el resultado es alejarnos de vivir ciertas experiencias, de sentir que nosotros también podemos e incluso de disfrutar de nuevos logros.
En un artículo de Jon Rhodes y Joanna Grover, publicado en Harvard Business Review, los autores hacen hincapié en el poder de la imaginación para trabajar las creencias limitantes. “Intenta imaginar la sensación de alivio y confianza que sentirás después…Un mundo increíble aparece disponible para nosotros cuando permitirnos imaginar”, señalan los autores.
Y así fue, en mi caso: al día siguiente de regresar a Buenos Aires, me reuní con mis amigas. Ellas habían seguido el viaje en mi cuenta de Instagram y estaban asombradas de que (yo, Carola), me haya animado a hacer todo eso. Insisto: para otras personas, como para mi hermana, Silvina, con quien viajé, es un paseo más. Pero para mí era hacer algo que siempre había evitado.
¿Qué cosas me sirvieron?
En los caminos de altura, no manejé el auto en ningún momento. Opté por “dejarme llevar”, como sugerimos mucho a las personas que hacen el curso. Mi cuñado tiene mucha experiencia en ruta y estaba claro que conocía los códigos para ir por caminos de montaña. Justamente fue él quien me recomendó focalizar la mirada en el auto que iba adelante (en los momentos que había alguno). También, hice ejercicios de relajación en el auto y esto me ayudó a no adelantarme a mirar dónde había precipicio, sino ir conectándome con el «presente». Por supuesto que distraerme, en las curvas o cuando estábamos cada vez más arriba, conversando, también me ayudó. Llevarme la relajación que usamos para el avión y algunos podcasts descargados en Spotify, fueron como un “maletín de primeros auxilios”. El objetivo no fue nunca negar que había precipicio sino diferenciar que a mí no me gustan pero que no son peligrosas esas rutas si se hacen con cuidado.
En los trekking, fue más sencillo: elegí ir a mi propio ritmo y parar las veces que fuera necesario para respirar. Si comparo estas situaciones con el avión, podría decir que los caminos de altura son parecidos, ya que en ambas no tenemos el control (salvo que seamos los conductores, pero no creo que sea recomendable).
Volví feliz. De haberme animado a ir a Jujuy, a pesar del apunamiento; de haber hecho la caminata por la Quebrada de las Señoritas y escuchar al guía, relatar leyendas e historias, que me hicieron emocionar un montón. De caminar y cruzar tantas veces ese río camino a San Isidro. De haber comprobado que podemos sobrevivir con una mochila y al final no son necesarios todos los bolsitos y ropa de más que llevo en los viajes. Estuvimos conversando con mucha gente y no solo nos cocinaron rico -en algunos lugares- sino que pudimos comprender mejor lo que es vivir en sitios así, tan alejados y aislados. Aunque por momentos pensemos que sí, no es lo mismo verlo por Youtube, Netflix o en el teléfono.
PD: ¿Que cómo estuvieron los vuelos? A la ida, sin turbulencias. A la vuelta, en Buenos Aires había tormenta y en el descenso hubo algo de turbulencia, pero nada que asuste a alguien que se animó a los caminos de curvas y precipicios, entrar en una cueva o hacer trekkings a un mirado a 3500 mts.