Cuando Verónica Bongiorno, de 36 años, sacó los pasajes para ir con toda su familia y unos amigos a San Pablo, Brasil, todo era felicidad. Faltaban seis meses para subirse a un avión. Pero a medida que iban pasando los días, las semanas, los meses, empezó a sentir miedo.
No era para menos, habían pasado 20 años desde la última vez que había viajado en avión.
“La primera vez que había volado fue cuando tenía 15 años y la verdad que la edad influye en las distintas experiencias. Mientras iban pasando los días llegué a sentir desde miedo hasta responsabilidad de haber inducido a mi familia de subir a 4 aviones en un lapso de 10 días”, confesó.
Su esposo y sus hijos nunca se habían subido a un avión. Y eso a ella, según nos contó, le provocaba mucho temor y hasta culpa de que algo no saliera bien.
“Todo lo que leía en esta página se lo transmitía a mi marido. Me hacía sentir que lo estaba preparando, por las dudas”, recordó con mucho humor.
El día previo al viaje e incluso el trayecto hasta el aeropuerto fueron de puro nerviosismo. “Una vez allí, en el aeropuerto, con tantos trámites por hacer, el tiempo se te pasa volando y es como que te baja un poco la ansiedad. Claro que después vuelve cuando estás sentadita esperando para despegar”, comentó.
En total, eran 12 personas. “Viajó mi prima con su hijo de 5 años, su mamá, una pareja amiga de toda la vida con su bebé de 9 meses, mi hermana con su pareja, mi marido y mis dos hijos, de 2 y 8 años”, relató.
Para su sorpresa, cuando el avión despegó no sintió miedo. “Todo fue pura adrenalina. Estaba más ansiosa por ver la reacción de mis hijos que hasta casi me olvidé de revisar qué sentía yo. Los vuelos siguientes ya me sentía más confiada y los pude disfrutar. Creo que es el momento más lindo del vuelo”.
Durante el vuelo, no comió nada y tampoco pudo dormir. “Debido a la turbulencia uno está como más alerta. Además con los dos niños, uno sentado de cada lado, puse toda mi energía en calmar sus necesidades más que las mías”.
De hecho, había llevado todo descargado en su teléfono celular, para distraerse, pero su hijo de 2 años estaba un poco inquieto.
“Yo me había preparado todo, pero fue complicado que mi hijo entendiera que tenía que estar atado mientras la luz del cinturón de seguridad estuviera encendida. Eso duró una hora aproximadamente. Pude entretenerlo con algunos juguetes y videos en el celular. Eso creo que fue lo más complicado del vuelo. Inclusive me pasó que después, al subir al segundo avión que nos llevaba a Porto Seguro no quería saber nada y me decía otra vez un avión, no. Fue un vuelo más corto y sin turbulencias, así que al sentirse más libre y cómodo, se pudo relajar. A la vuelta, ya no tuvo ningún problema para subir”, compartió Verónica.
“De los 4 vuelos, el primero fue el más movido. Cuando escuché que el piloto dijo que íbamos a pasar por una zona de turbulencia, sentí que se me venía el mundo abajo. Hasta que recordé el video que subieron ustedes del vaso con Coca Cola. Me tranquilizó bastante el haberme informado y saber que la turbulencia no le hace nada al avión. Durante esa hora, sentí todas las aceleraciones del piloto, las gotas de lluvia en la chapa y lo que más me llamó la atención es que cuando había turbulencia no se podía mirar por la ventana. Todo era nubes. A lo mejor aclaraba un poquito el cielo y otra vez turbulencia”.
De todos los momentos del vuelo, el aterrizaje es el que le parece más difícil. Aunque para el regreso, prácticamente no tuvo ansiedad. Por eso, ya está empezando a pensar en su próximo viaje que posiblemente sea el próximo año.
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