Natalia Colman, de 46 años, vive en Estocolmo. En 2007 tuvo un incidente y después de ese vuelo empezó a tener miedo a volar.
Pero esto no la detuvo y siguió volando. Le hubiera gustado hacer un curso para superar el miedo, pero no le fue posible. El recuerdo de ese día todavía lo tiene presente: “En 2007, tuve que viajar a Argentina para tramitar mi visa de residente en Suecia para poder venir a vivir con mi novio de entonces. Cuando estaba sobrevolando Brasil, nos avisaron que entraríamos en zona de turbulencias. Así que me fui a sentar y ni bien me senté el avión perdió abruptamente 500 metros de altura. La gente comenzó a gritar y al final otros pasajeros y yo nos desmayamos. En mi caso, no me asustó la turbulencia sino el hecho de que la gente haya empezado a gritar. En ese momento pensé que tal vez el avión se había roto en alguna parte y que nos íbamos a morir pronto. Afortunadamente no fue así y acá estoy”, relató Natalia Colman desde Suecia.
Aunque no es muy frecuente que el avión descienda abruptamente, esto es algo que puede pasar y desde al asiento la sensación de caída puede generar mucho miedo. Así lo explica Ezequiel Sicardi, piloto privado de aviones y consultor aeronáutico:
“Nunca vamos a saber cuánto cae un avión. Es como bajar una escalera a ciegas, de repente abrís los ojos y uno no sabe donde está. Igual, es importante saber que las turbulencias generadas por las tormentas se ven en los radares, que son emisores de ondas de radio. Estas ondas avanzan y si no encuentran ningún obstáculo siguen y desaparecen. Si encuentra una nube que tiene agua, lo muestra. Cuando más densa sea la nube o más partículas de agua tiene, más magenta se ve esa zona en el radar. Pero hay un tipo de turbulencia que no se detecta en el radar, son las turbulencias de aire claro. Por lo que si el avión ingresa en una zona de la atmósfera con menor presión, puede pasar que una o dos alas pierdan sustentación y el avión descienda unos metros para estabilizarse enseguida. Esto lo hace el piloto automático, que siempre busca que el avión vuele recto y nivelado”.
Cuatro meses más tarde, a Natalia le salió la visa y tuvo que volver a volar. “Mientras caminaba por la manga hacia el avión las manos me transpiraban a más no poder, pero yo ya estaba decidida que con miedo o no, yo subía al avión para vivir esa nueva vida que me estaba esperando. Quedarme hubiera implicado sentirme derrotada y perderme la oportunidad de vivir las cosas que viví después. No tenía el dinero para pagar un curso, pero dejar de volar no era una opción para mí, ya que significaba no volver a visitar Argentina. Así que tuve que hacer uso de mi terquedad y encontrar mis técnicas para superar este miedo”.
Desde el incidente que tuvo, se propuso no darse por vencida. Y esto, sin duda, la ayudó a seguir viajando.
“Tengo familia en Argentina y Paraguay, así que sí o sí tengo que subirme a un avión, ya que dejar de verlos no es una opción para mí. Gracias a Dios pude encontrar de a poco técnicas para perder el miedo a volar, pero no descarto en un futuro hacer un curso para tener más herramientas aún”, relató Natalia, que ofreció compartir su testimonio para ayudar a otros que están pasando por una situación similar.
El último viaje que hizo fue en 2017. Viajó a Taiwán por Cathay Pacific. Ya habían pasado más de 10 años del incidente, pero en ese vuelo se dio cuenta que había logrado vencer el miedo. También voló por otras líneas aéreas como Aerolíneas Argentinas, Air France, Air Canada, Lufthansa, SAS, Norwegian y British Airways, sola y acompañada.
Entre sus hábitos que la ayudan a enfrentar el temor incluye presentarse a la tripulación y explicarles que tiene miedo. Esto, según asegura Natalia, la ayuda un montón. “En un vuelo, una azafata solía venir y sentarse al lado mío cada vez que había turbulencias y me contaba cosas para tranquilizarme”, recordó.
Como le sucede a la mayoría de las personas que tienen miedo a volar, para Natalia dormir en un vuelo es prácticamente una misión imposible. “Me cuesta dormir durante los vuelos ya que me molesta el ruido y los asientos no se reclinan mucho”.
“Vi muchos videos y traté de identificar qué era lo que más me incomodaba aparte del trauma que originó mi miedo a volar. Incluso, no le tengo miedo al despegue, por ejemplo. Simplemente me incomoda esa sensación que me produce cuando el piloto pisa a fondo el acelerador para tomar carrera. Pero me mentalizo que ese momento no dura más de un minuto y después se me pasa”, describió.
También, elige el asiento del pasillo para poder pararse, se levanta y camina un poco y va al galley (donde están los tripulantes) a conversar con la tripulación y con otros pasajeros, además de llevarse en el Ipad sus juegos favoritos.