Pablo Bordón tiene 41 años y en abril junto a su familia viajaron en avión por primera vez. Pero no tomó solo un avión sino cinco: visitó Madrid, Roma, París y Barcelona y viajó en Aerolíneas Argentinas, Ryanair, Easy Jet y Air France.
No fue un viaje improvisado: Pablo empezó a prepararse con tiempo. Vino al curso en febrero, leyó mucho sobre aviones, miró muchos videos y también fue a Ezeiza a mirar despegues y aterrizajes. De hecho, los días previos fueron mucho mejor de lo que esperaba, con poca ansiedad.
“Siempre trataba de pensar en positivo y recordaba frases o vivencias de otros que habían estado en el mismo lugar que yo”, relató Pablo.
Al llegar al aeropuerto de Ezeiza, personal de Aerolíneas Argentinas lo estaba esperando para acompañarlo y entregarle a Pablo y a su familia un pin de «Mi primer vuelo», para que sean fácilmente reconocibles por la tripulación.
Ya sentado en su asiento, con el cinturón ajustado, el despegue fue el momento que le resultó más difícil. Especialmente el primer despegue, desde Buenos Aires. “Pero creo que lo soporté bastante bien”, nos comentó.
En el vuelo prácticamente no pudo dormir. “Para mí los asientos eran muy incómodos”.
El regreso fue diferente. Ya estaba más tranquilo. Entre las cosas que lo ayudaron a mantenerse más relajado, vio algunas películas y escuchó la música que tenía en el celular: Abel Pintos.
“Hoy que miro para atrás, me siento contento y orgulloso de mi mismo porque creo que los vuelos, 5 en total en 18 días, los viví bastante bien. Hasta miré por la ventana muchas veces a pesar de sentir temor a las alturas”.
No les pasa a todas las personas que enfrentan el miedo, pero sí a muchas. Hay un momento, un instante en que uno siente que de algún modo ya no va a volver a ser la persona que era antes. A Pablo le pasó cuando estaba llegando a Ezeiza. “En el regreso, el avión estaba iniciando el descenso y sentí que ya había pasado la prueba. Eran las 4 am, miré por la ventana y la vista era hermosa, se veían lucecitas allá abajo por todos lados; jugaba con mi hija más grande a adivinar qué lugar era el que estábamos viendo y no podíamos diferenciar. De repente, el avión empieza a inclinarse para girar y en vez de sentir temor me di cuenta que estaba disfrutando del momento y de la vista que teníamos desde el cielo”, recordó.
Para Pablo, ese fue el broche de oro de esta experiencia con los aviones. “Hoy pienso que podría subirme nuevamente sin problemas a un avión. Es más, ya empezamos a planear con mi señora el próximo destino”.